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GERMÁN CARNERO ROQUÉ EXORCIZA POÉTICAMENTE A LA SENECTUD

ByPrecursores

Ene 10, 2024
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   “Una inolvidable canción de primavera en pleno invierno, sellando

     su comunión perpetua con el amor, la amistad, la bohemia y la poesía”

                                                                       Ricardo González Vigil

 Por WINSTON ORRILLO

Es bello, y paradigmático, que en medio del siniestro invierno tenaz de la pandemia, un poeta dedique su obra al exorcismo de todo aquello que signifique acabamiento, final (o acercamiento hacia éste).

Y es lo que acaba de hacer Germán Carnero Roqué  (ciudad de México, 1941), al entregarnos  En el embriagado morir de cada instante, poemario que no sólo, per se, es una obra de arte lingüística, sino que el volumen mismo, en su diagramación (la nunca bien ponderada Arte Reda, de Víctor Escalante), en su ilustración de carátula (óleo nada menos que de Ada Esther Castañeda Hoyle, cónyuge del bardo) y en general en su presentación misma (el color del  papel, su tersura), nos invita a una lectura que deviene en dejarnos “con hambre” de seguir devorando más y más de esta entrañable obra lírica.

Pero es muy importante señalar el prólogo del admirado Ricardo González Vigil, incuestionablemente, la más alta voz realmente existente en la crítica literaria de los momentos que corren. Sus páginas liminares son un recorrido por los meandros de estos versos que, en medio de un trayecto fatal hacia el no ser, con la intensa belleza de sus imágenes vitalísimas (imposible no recordar la “Canción de Otoño en primavera”, de nuestro común abuelo, el divino Rubén Darío) nos incrusta, por decirlo con una imagen un tanto pedestre, en el ahora perenne y en su meollo del no fenecido existir gozoso.

Viaje por la vida hasta arribar a este punto cenital, la madurez, que el poeta nos hace olvidar en su contexto de advenimiento de un natural fin, cuya meta él hace alejarse de nuestra necesaria -y natural- llegada.

  “Recoge marinero tus aprestos/ porque se nos acaba el viaje/ y ya en el horizonte se divisan/ las sombras inquietantes del puerto/ en el que la nada/ sin ningún misterio nos acogerá…”

Este es el sentido de este canto sui generis, esta es su dimensión:

  “Celebremos/ pues nos ha sido dado/ el poder diferenciar/ la luz de su reflejo/ y la superstición de sus muletas/ así como el poder aquilatar/ la enormidad del sentimiento/ del amor/ el llanto/ y la armonía”

Y el bardo nos lleva de la mano por un viaje desde la entraña de su vida familiar, de la cual rescata esa capacidad de permanencia de “estos objetos que otrora fueron/celosamente atesorados/ y que guardar supieron/ las vivencias y ansiedades/ de lo que finalmente/ ha sido irrelevante tránsito.”

Alguien, no el que esto escribe, podría llamar a los presentes cantos como ahítos de lo que es llamada una filosofía existencialista: “cuando desde aquel lejano/ e inicial berrido/lanzado fui/ hacia este alucinante viaje/ de la nada hacia la nada…”

Y el remate de su poema IX es de antología: “Sólo una/ es en efecto/ la misma puerta/ de entrada y de salida.”

Pero hay algo que no puede dejar de notarse, y es que el bardo no poetiza  sólo desde su parcela individual, sino que, es consciente, que, por su voz, habla un nosotros inapelable: “Todo ha sido tiempo de inocencias/ desde el fortuito instante/ en que arrojados fuimos/ por la ancestral vagina cósmica// que ya nutría nuestra muerte…”

Y, de este modo, en medio de la brevedad de este poemario, hay una profunda inmersión, en lo que sería un asomarse al existir, no solo al transcurrir: veamos el importante texto XV: “Como hojarasca al viento/ será nuestra partida// y del azar/ que diligente nos condujo/ con resignada gratitud/ sabremos despedirnos//desde la variedad de personajes que habitamos/ reconocer sabremos/ la belleza inobjetable/ de la vida y la naturaleza, en todas sus asombrosas manifestaciones//muy consciente/ sin embargo/ de que nada/ nos espera tras la puerta.”

En fin, para concluir, planteamos que la grandeza de este texto de Germán Carnero Roqué, reside en que su canto no es solo a su propio recorrido existencial, sino que abarca -como toda gran poesía- el horizonte de todos los humanos, en su lucha permanente por el no perecimiento, batalla que, sabemos, de suyo perdida, pero  que no, por ello, dejaremos de plantear, en este caso, con el arma imprescindible de la versificación.

Porque, en definitiva, ese “embriagado morir de cada instante” es, por la magia de la poesía, la sobrevivencia, el exorcismo que el lirida nos pone por delante.


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