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TODOS TIENEN EL CURRÍCULUM BIEN SUCIO

ByJORGE RENDON VÁSQUEZ

Ene 20, 2024
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Por Jorge Rendón Vásquez

Con este título se presentaba una obra de teatro ligero en la avenida Corrientes de Buenos Aires, hacia fines de la década del ochenta. Sazonada con la picardía del porteño, imaginativa y gráfica, pasaba revista a las biografías y hazañas de no pocos políticos mediáticos, y tenía éxito. Había que comprar las entradas con cierta anticipación, y, por supuesto, los primeros en verla, disfrazados de simples espectadores, eran los propios protagonistas que se reían a mandíbula batiente del libreto y de la actuación de los artistas encargados de representarlos en la escena. Y ninguno de ellos se picaba y, mucho menos, pensaba en alguna represalia. Porque esas son las reglas del juego de la política, allí, impuestas por el humor inglés que se ríe cuanto puede de sus prohombres públicos, como si los sets de radio y televisión fueran una prolongación de Hyde Park, en Londres, donde cualquiera puede echar un discurso de lo que quiera.

En Lima carecemos de un humor semejante. El que existe no tiene ni de lejos la gracia del bonaerense, y del cordobés que no le va en zaga, herencia, seguramente, del alma napolitana, potenciada por la raíz cosmopolita de los argentinos y su elevado nivel cultural. Es como la pizza que, siendo originaria de Italia, ha alcanzado desbordante calidad y gusto en Argentina.

Hubo en Lima un libretista argentino que nos dio los mejores programas de risa de la televisión hasta que se nos fue para siempre, y las pantallas locales de televisión enviudaron de humor. Los desgraciados pastiches que le siguieron, con burdas imitaciones de ciertos personajes, de los que la prensa se agarra para llenar sus páginas, no pegan ni con cola, y si hay quien se ríe viéndolos haría bien en someterse a una consulta con la “doctora Cachetada”, una excelente profesional de la mente. En esta categoría ingresa también un programita de una paisana con un rostro más feo que pegarle a la abuelita, del que lo menos que puede decirse es que se trata de un insulto racista a nuestros compatriotas provincianos e indios.

Y, sin embargo, nuestro país está superpoblado de políticos con el currículum bien sucio.

Como los personajes de Luigi Pirandello, buscan un autor, pero no lo encuentran.

Para evitar malentendidos diré que currículum vitae, la expresión completa, es, según el Diccionario de la Real Academia Española, la relación de títulos, honores, cargos, trabajos, datos biográficos, etc., que califican a una persona, si el currículum es limpio, claro; pero, si es sucio, es nada más que la relación de sus trapacerías que, como máculas invisibles, no se ven en los documentos, pero trascienden de alguna manera y llegan a ser tan indelebles como si hubieran sido escritas con tinta china.

Hay de todo en el conjunto de políticos con el currículum sucio, observando horizontal, vertical y diagonalmente los poderes del Estado, el Ministerio Público, los gobiernos regionales y municipios, las universidades públicas y privadas y, en fin, cuanta institución maneje plata o emita decisiones obligatorias: grandazos y pequeñajos; obesos y flacos; viejos y jóvenes; varones y mujeres; rematados y aprendices; autodidactas y graduados en alguna escuelita de ladrones, o combinaciones de tales categorías.

Dante Alighieri, en su inmortal Divina Comedia, había formulado una clasificación taxonómica de los antecesores de nuestros ejemplares nacionales. (A manera de ejercicio, los lectores podrían buscar en los políticos con el currículum sucio que conozcan los rasgos de sus modelos.)

Los había colocado en el octavo y el noveno círculos del Infierno, un gran foso cónico como las minas a tajo abierto, en cuyo vértice, al centro de la tierra, estaba encadenado Satanás. En cada círculo se alineaban los recintos cerrados en los que moraban por toda la eternidad los condenados.

En el primer recinto del octavo círculo se hallaban los rufianes y seductores; en el segundo, los aduladores, quienes, según una reciente interpretación, se ocuparían de la industria de la propaganda; en el tercero, los simoníacos; en el cuarto, los brujos, astrólogos y falsos profetas; en el quinto, los políticos corruptos, inmersos en brea hirviente; en el sexto, los hipócritas; en el sétimo, los ladrones, perseguidos y mordidos por serpientes; en el octavo, los consejeros fraudulentos; en el noveno, los profetas causantes de las divisiones; y en el décimo, los falsificadores, perjurios e imitadores.

En el noveno círculo encerró a los traidores.

Dante, conducido por el poeta Virgilio, pudo visitar el Infierno gracias a un salvoconducto que le hizo llegar el mismo Dios, avizorando, sin duda, la necesidad del testimonio de un intelectual independiente, de gran talento y corajudo para ilustrar a las generaciones venideras de los peligros de esos especímenes.

Miguel Ángel los ha pintado en su grandioso fresco de la Capilla Sixtina.

Más pragmáticamente y sin el arte de Dante y Miguel Ángel, el poder mediático guarda un profuso fichero con el currículum de nuestros políticos: el limpio, por decirlo así; y el sucio, más nutrido, que mantiene al día con la acuciosidad de un servicio secreto.

Los utiliza a discreción, según sus conveniencias, exhibiendo los hechos legales y los ilícitos y amorales.

Así resulta que para la gran subasta de las elecciones municipales de este año y de las nacionales de 2016, ya tiene a sus candidatos en el partidor, sin dejar de mirar a los otros. De sus favoritos destaca sólo lo que les queda del currículum limpio; de los adversarios, el sucio, o, si no lo tienen, lo inventa.

Ejemplos de sus preferencias son su trato a dos de sus engreídos.

Destaca con entusiasmo la mirada oriental, tiernamente aprobadora, de una ex candidata a los altaneros enfrentamientos de su progenitor con los jueces que lo juzgan por enésima vez por haberse apropiado, en grande, de los caudales del Estado y por otras cositas; y no cesa de “levantar”, como si fuera una primorosa pluma, a un político de un metro ochenta y cinco de estatura, ciento sesenta kilos de tejido graso y rictus taimado, del que oculta en sus páginas su máxima de gobierno: la plata viene sola, ejemplificada, como uno de sus tantos episodios, con el infatigable trabajo en equipo de los indultos ilegales. Me contaron que uno de sus defensores de discurso altisonante, como si siempre estuviera enojado, se ocupaba de cobrar los dos primeros sueldos de los funcionarios y empleados nombrados durante el último gobierno de aquel político, pertenecientes a su partido, que fueron muchos y hacían cola en sus células para ser nombrados y contratados.

Winston Orrillo, el gran bardo de nuestros días, escribió en la presentación de mi segundo libro de cuentos (El cuello de la serpiente, Lima, Edial, 2005), que es un muestrario de casos de corrupción en la vida pública y privada, lo siguiente: “Todos los personajes de «El cuello de la serpiente y otros relatos» conviven con nosotros, conforman un cuadro de costumbres que, por momentos, parece un capricho de Goya o una parte renovada de esa historia universal de la infamia que no deja ¡por Dios!, de acosarnos.”

La pregunta que surge en seguida es ¿hasta cuándo las mayorías sociales tolerarán esa historia acaparada por políticos con el currículum bien sucio?

Pero, tal vez, esta pregunta no tenga respuesta.

(Comentos, 10/3/2014)


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