(Microrrelatos)
Por: Juan Cristóbal
Escrito en el 2014
Corregido en el 2017
“Porque las amistades se desgastan, desaparecen, o se van concentrando en unos pocos que, a vez empiezan a ver las cosas del mismo modo, es decir, con nostalgia, porque la vida está acabando y es mejor irse despidiendo en vida, sin decirlo, simplemente dejándose de ver, de llamar, de amar”.
Augusto Monterroso
(1)
Soñaba con el recuerdo de los árboles. Con la frescura del otoño. Con la memoria milenaria de las aves. Y los vientos y las horas parecían inventarme unos secretos. Pero todo, como el mar, me confundía. Entonces las sombras se juntaron, las sombras de mis sueños. Y me quebraron, lentamente, la alegría. Y todo comenzó de nuevo, a revelarse, como si fuera otro secreto en el silencio de la lluvia.
(2)
Me costaba hablar. Nombrar el nombre de las cosas. Incluso mi nombre, me costaba decirlo. Preferí, entonces, quedarme en silencio. En la imagen desolada y misteriosa del silencio.
(3)
Caminaba y confiaba en las sombras. Miraba las aves y confiaba en el sol. En el crepitar de los leños. Hasta que una noche la luz de la luna desapareció y me quedé como extraviado en la lluvia.
(4)
Ayer recordaba los vientos. Robándole el color a los campos. El azul a los cielos. Cuando de pronto, una voz salida del polvo y de la luz de la infancia, que llamaba a alguien brilló, y se esfumó en la serenidad de los tiempos.
(5)
La muerte es mi vecina. Mi única vecina. Su cercanía me irradia serenidad y comprensión que nunca tuve de niño. Es verano y su historia está cada vez más cerca de mi, como si estuviera hablándome de las flores del cielo. Siento, entonces, que las horas pasan y que nadie se atreve a descubrir el misterio.
(6)
Una anciana dormita al pie de un puente perdido. Yace, solitaria, en su sueño. Las aves vuelan y no descubren los vientos. De pronto despierta. La luz de sus palabras oscurece, cada vez más, la tristeza del cielo.
(7)
¿Existe algo después de las huellas? No importan los fuegos, la tristeza del trigo. El anuncio del sueño. Los días ya llegan y se parecen tanto a los cielos antiguos.
(8)
Miro, lleno de miedo, el amanecer de la tierra. Lo que dejan, en las aguas, los frutos. El tiempo no basta para descubrir los secretos. Pero siento, como un enfermo adolorido, que en la noche duermen, como el único camino, la resurrección de mis huellas.
(9)
Seré siempre el solitario en la tarde. La llovizna lavará mis heridas, la última canción de los puentes. Y allí estaré, durmiendo entre los tilos, como la última tristeza desfalleciendo en el rincón sombrìo de los campos.
(10)
Nuevamente los recuerdos nos llegan como voces venidas de lejos. El tiempo no se detiene en la soledad de las aguas. Y por más que crepiten las estrellas o fulgure el verano huyendo del río, no volveremos a partir otra mañana si las telarañas no nos ayudan a creer en la desesperación de las nubes.
(11)
Siento que la noche es implacable, tan implacable como el silencio. Como ese mensaje que se pierde en la lluvia. ¿Qué hacer frente a la desaparición de los fuegos? ¿Escuchar los pasos desconocidos de los ciegos? ¿O no hacer nada porque no hay nada que exista después de los días, por ejemplo, una mirada, preguntándonos por lo que desaparece invisiblemente en el sueño?
(12)
Escucho que el viento vuela en el cielo. Que mi sombra ya no se extiende en la tierra. Que los árboles ya no crecen en el tiempo. ¿Será así el renacer o el terminar de la vida? ¿Qué las palabras ya anuncian el último gesto en el alba? No te olvides, amigo mìo: yo te recuerdo. En la `mirada final de los fuegos.
(13)
Confío en el agua, como la muerte confía en la noche. Como las aves confían en las nubes o en la soledad de los pastos. Pero no confío en la lluvia, ni en las ventanas vacías. Tú haces que mis sueños no crean en los cerezos maduros. Por eso nunca me asomo a los primeros recuerdos ni a las últimas memorias del ciego. Porque todo es olvido. Y nada es silencio.
(14)
Veo llegar la mañana. A las muchachas al final de las fiestas. Nadie me niega la soledad de sus miradas. La serenidad de sus pisadas. Pero de pronto me nublo. No miro. Se me ha perdido el verano. La escarcha de los trigos. Los ríos que cantaban en la noche ahora cantan tristes en el viento, que es el dueño de todos los castaños humildes de los cercos.
(15)
Nuevos días y nuevas noches parecen llegar desde el tiempo. Donde sólo viven los muertos. Donde alguien escribe la historia. Aquella atrapada en los muros. Donde nuestras vidas fueron siempre las pesadillas del viento.
(16)
Rechazo las huellas, las sombras y los muros de mis sueños. Veo trepar madreselvas y gatos por los techos. Volar mi nombre por los ríos. La lluvia por los puentes. Nadie parece perdonarme. Hablarle a las ruinas de los cielos. Sólo sé que mi destino, que se parece tanto a los senderos de los ciegos, se enciende en los matorrales empobrecidos del invierno.
(17)
Veo morir, en mi alma, al río mudo del otoño. No me desespero, pero la compasión de las hojas me llena de tristeza, Siento que huyen almas por las nubes, silencios por el tiempo. Es cuando deseo ocultarme de la noche. Pero las lluvias me llenan de secretos
(18)
No veo el otoño. El secreto del viento. La soledad de las flores. No veo la escarcha esconderse en la luna. Ni la puesta del sol buscando los pinos. Mi vida es sólo una pequeña noche amando las aves. Aquellas invisibles briznas de pasto pensando en la soledad de los ríos.
(19)
¿Eres tù la que vive en mi sueño? ¿La que camina con las primeras heladas entre los cardos de la pena? ¿La que abandona sus huellas y busca los cercos abandonados de las aves? ¿Por qué tu tiempo no es el tiempo del trigo? ¿La luz de la luna? ¿Los aguaceros milagrosos del alba? Te pido, como un vagabundo perdido en las nubes: “Habita en el viento y dame respuestas”.
(20)
Narro la esperanza del río, que me cuenta la soledad de sus sombras, aquellas que crecen al pie del camino, donde las arañas se mueren sin pensar en la noche, sin recordar el invierno ¿Así será la esperanza del bosque? ¿El corazón de la muerte? ¿Cuándo se cierren sus almas y se abra el atardecer de sus voces?
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